Las personas, más que los personajes, que viven (que hacen vía) en estos relatos están condicionadas, como todo el mundo, por sus necesidades, manías y pulsiones sexuales, que algunos osarían calificar de perversidades. Son hombres y mujeres de todo tipo que buscan el placer, que se buscan entre ellos y que entrelazan sus morbosidades.
Desde el primer aprendizaje sexual hasta las preferencias físicas de los protagonistas, pasando por las fijaciones y el fetichismo que los provocan algunas obras de arte, se libran a su pasión con gracia, vehemencia y pundonor.
Cuando Carles McCragh empezó a escribirlos, quería hacer que todos fueran ficción menos uno, y así quién lo leyera tuviera que adivinar qué era el real. Ahora, tal vez seria al revés: qué no es el real?
La palabra perversión viene de la palabra latina pervertĕre y significa «invertir» o «cambiar». Nadie podrá decir seriamente que su origen tenga ninguna malicia.
Cómo dijo Graham Greene: «Una pasión tiene que tener algo de clandestino, de transgresor y de perverso». Seamos, pues, apasionados y perversos. También leyendo.