Don Quijote define Barcelona como «archivo de la cortesía, albergue de los estranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única». Ditirambos que indican un profundo amor a la ciudad mediterránea o una fina ironía del caballero manchego sobre la ciudad. No olvidemos que el libro de Miguel de Cervantes está plagado de exageraciones, invenciones y sueños, donde los molinos son gigantes y los odres de vino peligrosos enemigos.
La Barcelona quijotesca es una invención más de Cervantes: esta es la tesis que plantea el profesor Joan Manuel Soldevilla en su estudio, a contracorriente de las tesis de otros prestigiosos cervantistas. Lo cierto es que no hay pruebas ciertas de la presencia de Cervantes en la Ciudad Condal, pero ello no afecta a su prestigio, sino que lo agranda: Barcelona se convierte en una ciudad realmente literaria ya en el siglo XVII.
Por otra parte, este libro plantea otro debate: ¿conoció el Empordà Cervantes? Hay elementos suficientes para afirmar que este fue el último paisaje que vieron sus ojos antes del cautiverio de Argel.
Don Quijote en Barcelona es un libro apasionante que subraya la inagotable fuente creativa que constituye la inmortal novela, en el cuarto centenario de la muerte de su autor, al que rendimos homenaje.